RESEÑA:
Tras una nueva colaboración de Fernando Lalana y José María Almarcegui nace 1808 Los cañones de Zaragoza, una historia que se desarrolla en medio de una guerra.
El ejército de Napoleón invade España, y Zaragoza se atreve a declararle la guerra. La Escuadra de Artilleros, un grupo de mercenarios venecianos, recibe el encargo de transportar un retablo desde la ciudad maña hasta la mismísima Roma.
El tiempo se acaba pronto y consiguen sacarlo con los primeros ataques, pero gran parte del grupo se queda a defender su tesoro más preciado y el motivo de que se hallen allí: el cañón de Flandes.
Incapaz de vencer a una ciudad repleta de civiles que ni siquiera está protegida, el ejército francés comienza a acumular altos cargos obligando a Napoleón a personarse en Zaragoza para arreglarlo todo.
VALORACIÓN:
Es el primer libro que leo de los dos escritores trabajando de forma conjunta y he de decir que me ha sorprendido mucho. Cuando escogí el libro en la biblioteca esperaba algo completamente distinto, más misterioso, más fantástico, menos extraordinario; ambos autores recrean la Zaragoza de la época sin detenerse en los pequeños detalles, pincelándola con grandes trazos, por supuesto que sea su ciudad natal (y que no la haya visitado nunca) influye a la hora de dibujarla a ojos del lector.
Una de las cosas que menos he disfrutado han sido los personajes, desde el principio intuí una relación entre dos de los personajes que para mí va mucho más allá de lo que cuentan las páginas, por no hablar de un cambio de actitud por una obsesión que narran más el resto de lo que muestran los hechos. Aun así he paladeado la trama a lo largo de casi todos lo capítulos, que gozan de una buena ambientación (aunque mis conocimientos sobre el tema son escasos y no puedo dictaminar cómo de reales son) y de una pequeña dosis de humor absurdo con pequeños misterios que se resuelven en un pestañeo.
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MI OPR:
Como ya he dicho antes he disfrutado del libro, sí, pero no es perfecto. Lo que para mí constituye la parte fundamental de la trama tarda en aparecer, retrasada por el asunto del retablo que aunque en un principio resulta importante después se hunde y desdibuja por completo. Podría ser solamente un desencadenante, pero ocupa cerca de media novela y después ni siquiera lo vuelven a mencionar. No tengo nada que objetar al cañón de Flandes, para el lector resulta predecible quién los fabrica, de modo que ve a los integrantes de la Escuadra dar vueltas por Zaragoza buscando la solución a un misterio que tienen en casa.
Sigo sin entender el final de los personajes ni las acciones que a veces llevan a cabo, aunque tengo claro que puede que sin pretenderlo, pero los escritores muestran una relación, una intimidad más profunda de la que realmente intentan contar. Para mí la prueba definitiva es que emparejan a uno de ellos en cuanto tienen oportunidad y poco después el otro se obsesiona todavía más con el cañón, hasta entonces había sido el primero el que lo había acompañado a las investigaciones y controlado su cordura.
Un buen libro, sin duda, pero que da mucho más de sí.
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CURIOSIDAD:
Esta vez en la imagen hay un imán de Zaragoza que curiosamente muestra la Basílica del Pilar, y es en una de sus torres donde colocan el cañón de Flandes.